La Misericordia de Dios trajo Paz a Ninive.
“Esta lectura del libro de Jonás nos deja observar. “La
misericordia de Dios ante un corazón arrepentido”. “La misericordia de Dios trajo paz a Nínive”.
“Ya Jonás antes de escribir el libro, había profetizado, y su palabra
se había cumplido. Su nombre era conocido. Su voz, respetada. Pero lo que ardía
en su pecho no era solo el llamado de Dios, sino el dolor de ver a su pueblo
herido por enemigos como Nínive. Cuando Dios lo envió a esa ciudad, Jonás no
huyó por miedo. Huyó porque no quería que Dios los perdonara.
Él conocía a Dios. Sabía que, si Nínive se arrepentía, Dios los
recibiría. Y eso, para Jonás, era insoportable. ¿Cómo podía el Dios de Israel
tener compasión de quienes habían humillado a su pueblo? Porque los asirios le habían
hecho mucho daño a Israel, por su causa ellos habían pasado mucho sufrimiento.
Y Nínive para la época fue la capital de Asiria.
Pero Dios lo escogió precisamente por eso. Porque su celo lo haría
predicar con una fuerza que no se podía fingir. Cuando Jonás caminó por Nínive,
no lo hizo con dulzura. Lo hizo con fuego de Dios. Su voz resonó como trueno:
“¡En cuarenta días, Nínive será destruida!” No ofreció esperanza. No habló de
perdón. Solo juicio.
Sin embargo, algo ocurrió. Su palabra, cargada de verdad y de ira,
atravesó los muros del palacio. Llegó al rey. Y el rey no se endureció. Se
quebrantó. Se quitó el manto. Se cubrió de ceniza. Ordenó ayuno. No solo para
los hombres, sino para los animales. Toda la ciudad se detuvo. Toda la ciudad
se humilló.
¿Por qué? Aunque Jonás no quería mostrar misericordia, su predicación
fue tan real, tan cargada de convicción, que Nínive comprendió que Dios les
estaba dando una oportunidad. Y la tomaron.
Y Dios vio. Y se conmovió. No por las palabras suaves, sino por los
corazones quebrantados. En ese momento, hizo lo que Jonás temía: perdonó.
Jonás se enojó. Se apartó. Deseó la muerte. Pero Dios no lo reprendió
con ira. Lo enseñó con ternura. Le dio sombra. Le mostró una planta que crecía
sin esfuerzo. Y cuando esa planta murió, Jonás se dolió.
En ese tiempo Dios le dijo:
“¿Te da dolor una planta que no sembraste ni hiciste crecer? ¿Y no he
de tener misericordia de Nínive, una ciudad grande, donde hay más de ciento
veinte mil personas que no saben discernir entre lo bueno y lo malo?”
Dios no solo perdonó a Nínive. Le explicó a Jonás y a través de él, al mundo que su misericordia no es debilidad. Es poder. Es justicia con compasión. Es amor que alcanza incluso al enemigo.
Y aunque el libro no dice si Jonás comprendió, el mensaje quedó escrito. Para que tú, yo, y todo el que lo lea, comprenda que la misericordia de Dios trae paz. Cuando un pueblo se humilla ante él es cambiado por su misericordia”.